¿Quien es aquella mujer de rosa cabellera y por qué se me hace tan familiar? Se preguntaba la tétrica chica, quien destinada por su madre para asesinar demonios, había acabado haciendo lo contrario, ayudándoles a eliminar toda resistencia a su mandato maldito. Sola en una ciudad abandonada donde antes había existido la grandeza del sueño americano, se encontraba buscando respuestas, o pistas que le indicaran donde debía seguir buscando. De pronto la más famosa de las demonios, hijas de Asmodeo el nuevo gobernante, apareció nuevamente ante la señorita adoptada por las sombras, e hija de la rosa deshojada y desconocida. Iblís le encaró para dirigirle unas pocas palabras...
-Parece que ya sabes donde buscar tus respuestas, ¿quieres que te diga donde está la cresta? - preguntó Iblís ansiosa por una respuesta.
-Ya te he dicho que no te inmiscuyas con mis objetivos, pero, de todos modos, apreciaré que me digas donde buscarla. - dijo Kiru arrogántemente.
-¡Ay pero que carácter! No te vendría mal, aprender a tomarte la vida con soda. Bueno, la cresta que buscas esta en un bosque, en la ex-nación de Japón, lo llaman "El BosqueSuicida de Aokigahara" - dijo mientras omitía "Suicida" bajando la voz.
-Bien, ahora se a donde debo ir, gracias, Iblís, ya puedes retirarte. - ordenó de manera imperiosa Kiru.
-Este cambio de actitud tuyo no me está gustando. Adiós.... "Dominae" - finalizó mientras sostenía una pícara sonrisa.
Nuevamente la chica de negro, quedo sola observando con nostalgia como anochecía, tenia una rosa espinosa entre sus delicados dedos, y aun cuando una de las espinas se encontraba enterrada en su dedo, provocándole sangrado, la chica continuó observando la naciente noche sin inmutarse por el ligero dolor.
En su mente se entrelazaban pensamientos de rencor, odio, duda, nostalgia, incluso una pequeña fracción de compasión. Solo le bastó concentrarse un poco para anular todos los pensamientos y centrarse en el único que le importaba ahora; conocer el motivo por el cual, la misteriosa mujer de rosa cabellera, se había contenido a la hora de luchar con ella, aun más le preocupaba el motivo por el cual ella estaba viajando junto con alguien tan despreciable como su padre.
Recostó su cuerpo de la pared de una casa, y pronto cayó dormida mientras lentamente sus pensamientos se iban extinguiendo.
Por otro lado se encontraban la misteriosa mujer y su acompañante Hao, el señor de las flamas. Estaba ella frente a él sosteniendo una expresión de cansancio y evidenciando gran agotamiento psicológico; solos los dos, ahí estaban frente a una mansión terrible, la más tétrica y tenebrosa de toda América, conocida antiguamente como la mansión de los Winchester, numerosas leyendas circundaban a la oscura mansión. ¿Eran acaso las historias tenebrosas sobre la mansión aquella, o verdaderamente las frías manchas de sangre en las paredes, aquellas que aterrorizaban a los visitantes? Lo único tangible sobre tan extraña estructura eran las escaleras que no llevaban a ningún lugar y las ventanas que daban hacia una pared, realmente, está mansión había sido diseñada específicamente para despistar a aquellos que se aventuraban, o tal vez para encarcelar a los espíritus que acechaban a dicha familia de noche. Sin embargo, con paso decidido, aquella dama de rosa cabellera se adentro con paso firme en la casa, buscando la cresta que allí se encontraba, seguido de un inexpresivo señor de las flamas.
Mientras tanto, estaba gris y depresiva chica en sus sueños, juraba con muchísima certeza estar viviendo la realidad, pues se sentía tan tangible, placentero y apacible. Creía con convicción estar sentada junto a su difunta madre, a pesar de que no podía su rostro ver, ella podía sentirlo, esa era su madre y no había nadie quien pudiese negárselo. Pero luego, sus ojos abrió y cuenta se dio, de que solo una ilusión había observado, solo un sueño, solo un simple recuerdo.
Decidida a encontrar las respuestas que añoraba, se levantó del sitio donde había sufrido su dulce pesadilla que tanto la atormentaba, y tomo rumbo hacia la desvanecida y devastada Japón, donde esperaba conseguir la siguiente cresta que la pondría un paso más cerca de conocer la verdad. Pronunció la mágicas palabras que alas negras le otorgaban y renuncio a la tierra, liberándose de toda atadura al suelo.
Luego de días de intenso viaje, finalmente alcanzó a diferencia tierra firme, de la codiciada tierra de Japón. Un simple vestigio que la colocaba un paso más cerca de adquirir una cresta más.
Al posarse graciosamente ante la entrada de tan renombrado bosque, lo primero que llego a sentir la tétrica chica fue aquella sensación de pesadez, tan típica de los lugares habitados por necros. Seguido de ello, logro diferenciar un letrero escrito en japonés e ingles, sin embargo, como nunca había aprendido a leer otra idioma que no fuese latín, no pudo saber lo que este decía. Ignorante de toda advertencia y conocimiento del bosque, se adentro en el bosque, encontrando no muy lejos de la entrada el primer cadáver humano de todo el recorrido. Adentrándose más y más, una extraña y peculiar sensación invadía a la cada vez más deprimida chica. Ella podía sentir como su fuerte deseo y voluntad empezaban a debilitarse y sentía como toda su búsqueda empezaba a perder sentido. Luego de permanecer 45 minutos completos dentro del bosque, buscando la cresta, pasó por su mente el primer pensamiento con temática suicida, notó que mientras más tiempo permanecía dentro, menos eran sus ganas de continuar viviendo...
Llegado determinado momento, derrotada por el creciente deseo de quitarse la vida, las ultimas imágenes de su madre comenzaron a pasar por su mente, era la única vez que había podido visualizar con tanta claridad nuevas características de su madre que no conocía, ni lograba recordar. Por primera vez, era capaz de diferenciar la sonrisa y los difusos ojos azules de su madre. Y justo cuando ya levantaba su espada por encima de su cabeza con intenciones de quitarse la vida con ella; un ultimo rayo de esperanza evitó el trágico suicidio; alguien oculto tras los arboles, disparó una flecha con suficiente precisión como para arrancarle de las manos a Kiru su amenazante espada. El deseo tan ferviente de terminar con su vida, terminó provocando que a falta de un arma para quitarse la vida, la chica cayera exhausta por tan horrible sensación.
Al despertar, se encontró a si misma dentro de un templo, y junto a ella, una nota explicándole lo que había ocurrido:
Arriba en el segundo piso del templo se encontraba "El Asesino", un hombre encapuchado de blancas vestimentas con detalles en rojo, observando como Kiru se alejaba con su preciada reliquia, y las únicas palabras que llego a pronunciar fueron: "No puedes tenderle la mano a un extraño... pues tienden a querer tomarte del brazo entero. *Suspiro* Creo que es hora de abandonar mi hogar una vez más y salir de cacería."
Continuará...
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-Parece que ya sabes donde buscar tus respuestas, ¿quieres que te diga donde está la cresta? - preguntó Iblís ansiosa por una respuesta.
-Ya te he dicho que no te inmiscuyas con mis objetivos, pero, de todos modos, apreciaré que me digas donde buscarla. - dijo Kiru arrogántemente.
-¡Ay pero que carácter! No te vendría mal, aprender a tomarte la vida con soda. Bueno, la cresta que buscas esta en un bosque, en la ex-nación de Japón, lo llaman "El Bosque
-Bien, ahora se a donde debo ir, gracias, Iblís, ya puedes retirarte. - ordenó de manera imperiosa Kiru.
-Este cambio de actitud tuyo no me está gustando. Adiós.... "Dominae" - finalizó mientras sostenía una pícara sonrisa.
Nuevamente la chica de negro, quedo sola observando con nostalgia como anochecía, tenia una rosa espinosa entre sus delicados dedos, y aun cuando una de las espinas se encontraba enterrada en su dedo, provocándole sangrado, la chica continuó observando la naciente noche sin inmutarse por el ligero dolor.
En su mente se entrelazaban pensamientos de rencor, odio, duda, nostalgia, incluso una pequeña fracción de compasión. Solo le bastó concentrarse un poco para anular todos los pensamientos y centrarse en el único que le importaba ahora; conocer el motivo por el cual, la misteriosa mujer de rosa cabellera, se había contenido a la hora de luchar con ella, aun más le preocupaba el motivo por el cual ella estaba viajando junto con alguien tan despreciable como su padre.
Recostó su cuerpo de la pared de una casa, y pronto cayó dormida mientras lentamente sus pensamientos se iban extinguiendo.
Por otro lado se encontraban la misteriosa mujer y su acompañante Hao, el señor de las flamas. Estaba ella frente a él sosteniendo una expresión de cansancio y evidenciando gran agotamiento psicológico; solos los dos, ahí estaban frente a una mansión terrible, la más tétrica y tenebrosa de toda América, conocida antiguamente como la mansión de los Winchester, numerosas leyendas circundaban a la oscura mansión. ¿Eran acaso las historias tenebrosas sobre la mansión aquella, o verdaderamente las frías manchas de sangre en las paredes, aquellas que aterrorizaban a los visitantes? Lo único tangible sobre tan extraña estructura eran las escaleras que no llevaban a ningún lugar y las ventanas que daban hacia una pared, realmente, está mansión había sido diseñada específicamente para despistar a aquellos que se aventuraban, o tal vez para encarcelar a los espíritus que acechaban a dicha familia de noche. Sin embargo, con paso decidido, aquella dama de rosa cabellera se adentro con paso firme en la casa, buscando la cresta que allí se encontraba, seguido de un inexpresivo señor de las flamas.
Mientras tanto, estaba gris y depresiva chica en sus sueños, juraba con muchísima certeza estar viviendo la realidad, pues se sentía tan tangible, placentero y apacible. Creía con convicción estar sentada junto a su difunta madre, a pesar de que no podía su rostro ver, ella podía sentirlo, esa era su madre y no había nadie quien pudiese negárselo. Pero luego, sus ojos abrió y cuenta se dio, de que solo una ilusión había observado, solo un sueño, solo un simple recuerdo.
Decidida a encontrar las respuestas que añoraba, se levantó del sitio donde había sufrido su dulce pesadilla que tanto la atormentaba, y tomo rumbo hacia la desvanecida y devastada Japón, donde esperaba conseguir la siguiente cresta que la pondría un paso más cerca de conocer la verdad. Pronunció la mágicas palabras que alas negras le otorgaban y renuncio a la tierra, liberándose de toda atadura al suelo.
Luego de días de intenso viaje, finalmente alcanzó a diferencia tierra firme, de la codiciada tierra de Japón. Un simple vestigio que la colocaba un paso más cerca de adquirir una cresta más.
Al posarse graciosamente ante la entrada de tan renombrado bosque, lo primero que llego a sentir la tétrica chica fue aquella sensación de pesadez, tan típica de los lugares habitados por necros. Seguido de ello, logro diferenciar un letrero escrito en japonés e ingles, sin embargo, como nunca había aprendido a leer otra idioma que no fuese latín, no pudo saber lo que este decía. Ignorante de toda advertencia y conocimiento del bosque, se adentro en el bosque, encontrando no muy lejos de la entrada el primer cadáver humano de todo el recorrido. Adentrándose más y más, una extraña y peculiar sensación invadía a la cada vez más deprimida chica. Ella podía sentir como su fuerte deseo y voluntad empezaban a debilitarse y sentía como toda su búsqueda empezaba a perder sentido. Luego de permanecer 45 minutos completos dentro del bosque, buscando la cresta, pasó por su mente el primer pensamiento con temática suicida, notó que mientras más tiempo permanecía dentro, menos eran sus ganas de continuar viviendo...
Llegado determinado momento, derrotada por el creciente deseo de quitarse la vida, las ultimas imágenes de su madre comenzaron a pasar por su mente, era la única vez que había podido visualizar con tanta claridad nuevas características de su madre que no conocía, ni lograba recordar. Por primera vez, era capaz de diferenciar la sonrisa y los difusos ojos azules de su madre. Y justo cuando ya levantaba su espada por encima de su cabeza con intenciones de quitarse la vida con ella; un ultimo rayo de esperanza evitó el trágico suicidio; alguien oculto tras los arboles, disparó una flecha con suficiente precisión como para arrancarle de las manos a Kiru su amenazante espada. El deseo tan ferviente de terminar con su vida, terminó provocando que a falta de un arma para quitarse la vida, la chica cayera exhausta por tan horrible sensación.
Al despertar, se encontró a si misma dentro de un templo, y junto a ella, una nota explicándole lo que había ocurrido:
"Dulce niña, este no es lugar para alguien como tú, os sugiero que os larguéis de inmediato. Este es El bosque suicida de Aokigahara, un lugar famoso por la cantidad de suicidios anuales que induce a aquellos que eligen adentrarse en él. Más bien, me sorprende que hayas durado tanto tiempo dentro sin haberte quitado la vida, pero te lo repetiré nuevamente, huye de este bosque y no mires atrás, huye mientras aun tengas motivos para vivir." Firmado: El Asesino.Sorprendida por semejante nota, la chica se tomó el tiempo de examinar los alrededores, pero no encontró a nadie. Sin embargo si encontró aquello que buscaba, "La Cresta del Mal". Se apresuró a tomarla y abandonar rápidamente el lugar antes de que sus salvador volviera.
Arriba en el segundo piso del templo se encontraba "El Asesino", un hombre encapuchado de blancas vestimentas con detalles en rojo, observando como Kiru se alejaba con su preciada reliquia, y las únicas palabras que llego a pronunciar fueron: "No puedes tenderle la mano a un extraño... pues tienden a querer tomarte del brazo entero. *Suspiro* Creo que es hora de abandonar mi hogar una vez más y salir de cacería."
Continuará...
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